“Deja de soñar niño”, le dijo el maestro, al niño que se encontraba en el aula de aquella escuela semiconstruida, sentado en ladrillos a la par de aquella ventana sin vidrios en donde se filtraba el viento frio. Nunca a este niño lustrador de zapatos, quien no tenia zapatos le podían decir “deja de llorar niño” porque él nunca lloraba solo soñaba, ni cuando su padre llegaba borracho a su casa de cartón construida a la las orillas del basurero municipal y golpeaba la madre por no tener que comer, él soñaba que su padre llegaba a su casa besaba a la madre y a él le tendía la mano con un pedazo de pan, además el niño soñaba en léganos mundos donde libraba grandes batallas salvando a bellas princesas, que le recompensaban con un beso, ese beso que solo su ensangrentada madre le daba, soñaba que montado en un caballo blanco con su espada dorada, libraba una revolución por todos los miserables de su gran basurero, su país.
“Deja de soñar niño y ponte a estudiar o a trabajar”, le dijo el maestro quien aun no le habían sacado el corazón, otros que fueron niños y no soñaron, solo lloraron.
Salió el niño de la escuela simiconstruida, donde entraba el viento y el frio, en una mano la caja de lustrar zapatos, en la otra su cuaderno y en la mente, las palabras del maestro que no le habían sacado aun el corazón “deja de soñar niño y ponte a estudiar o a trabajar”, “a estudiar o trabajar” se pregunto a si mismo el niño, se fue soñando, perdiéndose entre la basura.
Autor: Mario Cifuentes
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